19 diciembre 2006

¿Una victoria pírrica?


Las librerías, para sobrevivir, deben ganar en eficiencia empresarial
La reciente aprobación por parte del Consejo de Ministros del proyecto de ley del Libro ha suscitado una sensación de alivio entre los representantes gremiales de los libreros catalanes. La consagración del precio fijo del libro, dicen, asegura la viabilidad de las pequeñas librerías independientes y frena los pies a la agresiva expansión de Abacus, que, basándose en la ley catalana de Cooperativas, gana cuota de mercado practicando descuentos - a sus socios clientes- que están fuera del alcance de los demás establecimientos. Al ser de mayor rango, la ley española del Libro derogaría automáticamente la potestad de las cooperativas catalanas de practicar descuentos en dicha materia.

Sin embargo, el mantenimiento del precio fijo del libro difícilmente asegurará, por sí mismo, el futuro de las librerías independientes si los libreros responsables de éstas no modernizan su gestión empresarial y adoptan además de forma masiva estrategias basadas en la cooperación y/ o en la diferencia. Porque a pesar de que el libro es un hecho cultural y puede justificar algunas regulaciones específicas por parte de la Administración, estamos sin duda cada vez más ante una mercancía. En la medida en que crece la compra de libros y éstos dejan de ser un reducto destinado de forma casi exclusiva a las elites culturales, aumenta en ellos el peso de la mercancía y decrece el de la cultura. Tenemos muchos ejemplos de ello y no es el menor el trasiego de libros que acompaña la venta de prensa cada domingo.

El desarrollo de la compra por impulso o el extraordinario crecimiento de géneros de no ficción, como pueden ser, por ejemplo, los manuales de autoayuda o también las guías de viajes, refuerzan el carácter de mercancía de la venta de libros.

Así que, puestos a vender mercancías, no podemos obviar en las librerías las tendencias generales de la venta al detalle de la inmensa mayoría de productos. Ello comporta, por ejemplo, que las pequeñas empresas comerciales tienen muy difícil su supervivencia si no se especializan o no colaboran entre sí. Es verdad que ya es una especialización la atención personalizada y la orientación y el consejo de un librero que es un buen y ávido lector. Pero esto sólo vale para una porción cada vez menor de los clientes y, por tanto, de librerías.

Hay algunos ejemplos de librerías que han iniciado con éxito vías de especialización, que muchas veces deben ser complementarias entre sí: desde los restos de serie hasta las especializaciones temáticas; combinar la venta de libros con la de otros productos, culturales o no, o la prestación de servicios de restauración.

Pero, además, las librerías deben ganar eficiencia empresarial, sea por la vía de las economías de escala, convirtiéndose en cadenas o asociándose a pequeñas editoriales; sea por la vía de la cooperación, a la hora de negociar las condiciones económicas con las distribuidoras y editoriales, de realizar promociones conjuntas, de mejorar la logística de la distribución o de formar personal cualificado, etcétera.

Y todo ello reforzando unas especificidades que convierten a la librería en algo más que un establecimiento comercial que merece un trato singular desde los poderes públicos: una plataforma de actividades culturales complementarias - y no sólo por Sant Jordi-, una atención preferente al libro en catalán que contribuya a compensar su debilidad en traducciones y en no ficción o una disponibilidad y accesibilidad a los libros de fondo, que son los que dan el tono a una cultura más allá de los best sellers.

Éstas son las condiciones para la supervivencia de las librerías independientes. De otro modo, la futura ley del Libro sólo habrá constituido para ellas una victoria pírrica.


La Vanguardia; 19.12.2006; ENRIC LLARCH, economista

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